Lecturas atrasadas


Hace tiempo que no aparecen en este espacio reseñas de los libros que tienen a bien caer en mis manos; tanto los que yo llamo libros amigos como los que, sin serlo, me caen bien (para críticas demoledoras consulten los suplementos literarios). Y como el ritmo de lectura que me permiten las circunstancias ha crecido ligeramente en los últimos meses (los brotes verdes, ya saben), se han acumulado algunas recomendaciones en la lista de pendientes. Así que, aplicando técnicas de reducción de listas de espera, me veo obligado a formar pequeños paquetes por riguroso orden cronológico. Empezando por uno de carácter humorístico.




Humor inglés

Tres hombres en una barca (por no mencionar al perro), de Jerome K. Jerome.
Título original: Three men in a boat (To Say Nothing of the Dog).
El Cobre Ediciones, 2003.


Las novelas humorísticas inglesas, por regla general, no son un gran continente de ideas filosóficas, ni se encuentran en ellas doctas enseñanzas sobre la vida, ni buscan la transgresión de los esquemas literarios decimonónicos, ni nada de eso. Pero, si uno tiene cierto apego por el humor british style, le ayudan a ser feliz durante el número de horas que conlleva su lectura.
Jerome jamás he leído un prospecto farmacéutico sin llegar inevitablemente a la conclusión de que padece la enfermedad allí descrita, y en su forma más virulenta, valorando en unas ciento siete las enfermedades mortales que acumula. George duerme todos los días en un Banco de la City, de diez a cuatro; salvo los sábados, día en que lo despiertan y lo sacan a las dos. De Harris poco se puede decir, excepto que pesa ochenta kilos y siempre conoce un lugar a la vuelta de la esquina donde se puede obtener algo extraordinario en materia de bebida. Montmorency es el personaje psicológicamente más complejo: según Jerome, su dueño, «viendo a Montmorency, uno se imagina que es un ángel caído del cielo, apartado de la humanidad, por alguna razón, bajo la forma de un pequeño foxterrier. Tiene un aspecto de ay-qué-mundo-más- malvado-es-éste-y-cómo-me-gustaría-hacer-algo-para-mejorarlo que en más de una ocasión ha humedecido los ojos de piadosos ancianos y ancianas»; sin embargo, su idea de la vida consiste en merodear por los establos, reunir una banda compuesta por los perros de peor reputación de la ciudad y conducirles por los barrios bajos a pelear con otros perros de mala reputación.
Por democrática votación, tres contra uno (el uno es Montmorency), un buen día deciden tomarse una semana de vacaciones para remontar el Támesis en una barca, porque necesitan descanso y un cambio completo de aires; la gran tensión cerebral que sufren en sus agitadas vidas les ha producido una depresión generalizada en el sistema, y han de buscar un lugar que restaure su equilibrio mental y donde no haga falta pensar.
El único problema de este libro es que su primera parte, la correspondiente a los preparativos de la expedición, es tan genial que hace palidecer los intentos de igualarla de su segunda parte, una delirante guía de viaje por las riberas de Támesis, desde Kingston hasta Oxford.
La edición citada, que he podido conseguir, a duras penas, no es muy buena (incluso se cita mal su título original), y la traducción, deficiente (por eso no cito al traductor).
Nota curiosa: George Wingrave, descrito en la novela como un empleado de banco, acabaría convirtiéndose en director del Barclays Bank.


Humor francés

13’99 euros, de Frédéric Beigbeder.
Título original: 99 Francs.
Editorial Anagrama, Quinteto, séptima edición, 2009.
Traducción: Sergi Pàmies.


Octave Parango es un publicista de éxito: millonario, alcohólico, cocainómano y putero. Está harto de su trabajo, y por eso quiere que le despidan tras publicar esta novela; y está harto de su vida, por lo que se lanza a una carrera sin freno hacia el abismo. Un tipo despreciable que, sólo cuando la emprende con el mundo con él mismo como martillo, llega a parecer entrañable.
«Me llamo Octave y llevo ropa APC. Soy publicista, eso es, contamino el universo. Soy el tío que os vende mierda. Que os hace soñar con esas cosas que nunca tendréis. Cielo eternamente azul, tías que nunca son feas, una felicidad perfecta, retocada con el Photoshop. Imágenes relamidas, músicas pegadizas. Cuando, a fuerza de ahorrar, logréis comprar el coche de vuestros sueños, el que lancé en mi última campaña, yo ya habré conseguido que esté pasado de moda. Os llevo tres temporadas de ventaja y siempre me las apaño para que os sintáis frustrados. Hacer que se os caiga la baba, ése es mi sacerdocio. En mi profesión, nadie desea vuestra felicidad, porque la gente feliz no consume». Escrito con un estilo descomedido, a veces soez, y desplegando una honestidad brutal, Beigbeder expresa una visión del mundo poética pero categóricamente pesimista a través del mundo de la publicidad, es decir, la manipulación de las masas, la televisión, el consumismo y todo ese entorno tan arcádico que nos rodea. La frase más citada de esta novela, como muestra de su filosofía es: «La diferencia entre ricos y pobres es que los pobres venden droga para comprarse unas Nike, y los ricos venden sus Nike para comprar droga»; pero, cientos de frases similares martillean la conciencia sin descanso durante su lectura
Lo malo: podría haber sido una novela insuperable de no retorcerse en una segunda parte enloquecida, sin un argumento mínimamente sólido, o a la altura de la corrosiva descripción del mundo publicitario, que es su gran baza.
En todo caso, tengan cuidado: esa sonrisa que se despliega durante la lectura oculta una enorme dosis de sordidez e infelicidad.
Cotilleo: al parecer, Frédéric Beigbeder, ex-creativo de la agencia Young & Rubicam (de la que fue fulminantemente despedido tras publicar 99 francs), fue el autor de la célebre campaña para Wonderbra, protagonizada por Eva Herzigova: «Mírame a los ojos. He dicho a los ojos».