Mirar hacia atrás en el tiempo para seguir adelante


Desde hace mucho tiempo y al día de hoy existe en el mundo del arte el convencimiento de que todo lo antiguo y clásico es agua pasada, son “cosas” que están ahí, pero no sirven más que para henchir museos o bibliotecas, o para llenar de snobs las salas de conciertos.

Emocionarse ante una pintura de Velázquez, una sinfonía de Mahler, un edificio de Wren, una escultura de Bernini o un pasaje de Azorín pasa por ser algo propio de académicos viejunos, culturetas posturistas o, en el mejor de los casos, de provocadores políticamente incorrectos (reaccionarios, para entendernos).

Retrato de Charlotte du Val d'Ognes, de la pintora francesa Marie-Denise Villiers (1801)


Lo verdaderamente interesante para los críticos-gurús es lo innovador, la ruptura de moldes clásicos o lo experimental. Nueve de cada diez obras que se publican o exponen “rompen moldes" con el pasado; media humanidad se pasa rompiendo moldes todo el día y año tras año. ¿Quedará algún molde por romper? ¿Quedará algún molde, sin más? Va camino de convertirse en uno de esos tópicos como los que sueltan las candidatas a concursos de Miss Loquesea ("A mí me gustaría la paz para todos los pueblos del mundo y romper con los moldes del pasado").

Y es que seguir los cauces que abrieron maestros del pasado es propio de diletantes o de gente sin talento. La consigna es: ¡acabemos con lo antiguo! (traducido al castellano millennial: seamos políticamente correctos). De este modo se pretende, y no pocas veces se consigue, que los ciudadanos acudan a los museos, las librerías o los auditorios por el concepto de espectáculo artístico, pero empiezan a no ver, ni entender ni escuchar de verdad. Todo tiene que enganchar desde el minuto uno y avanzar a ritmo trepidante. En el fondo, se desdeña al público, al lector, al musicómano. Y, lógicamente, se desprecia y condena al artista que compone, pinta o escribe tales obras ancladas al pasado y creadas sin auténtica pericia. Se somete la cultura al espectáculo o al parque de atracciones.

¿Qué hicieron los artistas en el Renacimiento? ¿Cómo construyeron sus obras los neoclasicistas? Mirando no a lo inmediatamente anterior, sino mucho más atrás en el tiempo hasta llegar al arte clásico de griegos y romanos. Así es como dieron a la luz obras de arte de todas clases colmadas de armonía y belleza. Y en ese arte antiguo encontraron la emoción que buscaban a través de la belleza. Porque la belleza provoca emoción, y la emoción es absolutamente necesaria en la comprensión, en el disfrute del arte; y, si se prescinde de ella, el destino es la sinrazón. Hay que saber dosificarla, pero la emoción debe existir en el arte.

Cuando surgieron las nuevas vanguardias artísticas, lo que se quería era crear un nuevo modelo de persona, y una de las cosas que se prohibieron fue la emoción, porque se pretendía romper con todo lo que hacía el arte antiguo. Se sustituyó la emoción por la conmoción. No se trata de remover el ánimo, sino de perturbarlo, inquietarlo; ahí está el nuevo (¿único?) objetivo. No despertar, sino zarandear. Romper moldes, para entendernos.

Llevamos más de un siglo rompiendo moldes como una doctrina muy interiorizada y hemos llegado al punto en que la búsqueda de la belleza en el arte es un acto casi revolucionario. La creación ha pasado de ser ese "hacer surgir algo nuevo donde no había nada" a "romper algo viejo para crear algo nuevo" (los cascotes rotos). Buscar la belleza en la creación de forma deliberada es un acto agitador, provocador y, al día de hoy, innovador.

Comentarios