La eficacia de la poesía para olvidarse del amor

«Me pregunto quién descubriría por primera vez la eficacia de la poesía para olvidarse del amor».
Jane Austen, Orgullo y prejuicio, capítulo IX (traducción de José C. Vales)




El neotremendista Fernando Fernán Fernández se había hecho escritor por casualidad más que por convicción. A él, en realidad, le hubiera gustado ser un artista de verdad: pintor, escultor, compositor de sinfonías o incluso cantor de tangos, pero no se veía con habilidad alguna para cualquiera de las artes, bellas o no. Así que se hizo prosista, por eso de que escribir luce mucho y, además, no se necesita nada: ni arte, ni voz, ni sentimiento, ni nada; con unos conocimientos gramaticales básicos y algunas ideas tomadas de aquí y de allá, se puede uno colgar el título de escritor. Y se dio a ello con fruición.




Como las preocupaciones estéticas no eran lo suyo, entremezcló de forma un tanto espuria ciertas inquietudes sociales con una imaginación inquieta y las dos primeras obras le salieron con el aire de las novelas tremendistas de mediados del siglo pasado, y aún más crudas si cabe. Así las cosas, cayó en gracia de un sector de la crítica siempre ávido de morbo dialéctico, y ensalzaron a FFF, apelativo que ahorraba consumo de tóner, como una promesa del llamado neotremendismo, voquible con el que fue etiquetado y clasificado por los entomólogos de la palabra, no sin razón.
El caso es que hace algún tiempo el estimable periodista (no es oxímoron) y escritor César Coca, quizá llevado por cierta caridad o por ganas de llevar la contraria, le propuso el reto de componer un relato de corte romántico o con un cierto tono poético para incluirlo en un suplemento especial que elaboraba su periódico en torno al día de San Valentín y la literatura amatoria. No podía FFF desaprovechar semejante favor y oportunidad para dar un giro a su carrera, por lo que puso entendimiento y empeño en su encargo. Pero ocurría que, a fuerza de escribir durante su carrera novelística más de lo mismo, más de lo mismo era lo que perpetraba con su pluma. Y lo que le salió fue una barbaridad en la que no faltaron desgracias sin cuento y hasta algún cadáver descuartizado, lo cual, mezclado con unos cuantos brochazos sentimentales, resultaba algo así como una mezcla de Repulsión y Mujercitas.
Después de entregar el relato no tardó en recibir una llamada de su mentor. César, aunque melómano, no se libra de un pronto contundente cuando alguien le toca las narices. «¡Hay que joderse! ¡Pero qué puta mierda me has traído!», fue lo más suave de una opinión completa que asestó sobre el relato en cuestión, sin olvidar referencias al orificio que remata el conducto digestivo del escritor e incluso a su señora madre. Pero, como ya era tarde para dirigirse a otro de esos pájaros que practican la literatura literaria, le concedió una semana improrrogable para ofrecer algo con un mínimo de fundamento.
No era asequible al desánimo el curtido escritor. Así que, después de encajar tamaña bronca con cierta dificultad, buscó luz con la que poder encontrar el camino del sentimiento romántico. Y, para FFF, luz era sinónimo de Jorgina García, su amor platónico y volcánico a partes iguales. Jorgina, tan inteligente como bonita, había colmado de rechazos y desdenes al pobre escritor dejándose llevar por el qué dirán, por esas siglas que le daban repelús al semejar un remedo del KKK y por las reseñas de algunos críticos amateurs cercanos a sus reuniones literarias; y es que esta poeta y bailarina, que tenía bajo siete llaves el corazón de FFF, organizaba con un idealismo peligroso tertulias y veladas poético-musicales a las que acudían los más afamados diletantes líricos de la provincia, demostrando una vez más la eficacia de la poesía para olvidarse del amor.
No solía acudir FFF a estas exquisitas reuniones porque, cuando comenzaron a celebrarse, su sola presencia cosechó miradas reprobatorias, rechazo de saludos y vacío a su alrededor. Al parecer, los novelistas con obras de contenido tremebundo (o los novelistas en general) no hacían buen efecto en el mundo feérico creado por almas delicadas que hablaban de Rimbaud, del amor entre los griegos o de los recitativos en las cantatas de Bach.
Armándose de valor y puesto de punta en blanco, FFF decidió acudir a la velada prevista (¿por el destino?) para el día siguiente a la gran bronca cesariana. Tal como esperaba, advirtió de nuevo cuchicheos, apartamientos poco disimulados y hasta encaros descarados, como el que le espetó Jorgina. No obstante, un observador más detallista habría advertido en la mirada de la organizadora un brillo diferente, un chispazo impaciente y hasta un destello pasajero en sus mejillas. Para no confundir a los lectores, aclaremos desde ahora que el desdén y desafecto que le mostraba Jorgina tenía más de apariencia que de realidad; en el fondo de su corazón había un rescoldo de atractivo salvaje hacia ese hombre que se atrevía a describir, con profusión de detalles, el lado más oscuro y bajo de la condición humana. Aclarado este punto, volvamos a los hechos.
La reunión no contaba con muchos asistentes. En la “mesa de los artistas” figuraban Iker López de Zuazo, proctólogo y poeta; Juan de Dios Calixto Samaniego, poeta y administrador de fincas; y Cipriano Cigarrón de Ayala, poeta sólo. En un aparte, acomodadas ante un atril se encontraban Nerea Trijueque, recitadora, y Lola Smith de la Hoguera, bandurrista titulada por el conservatorio de Murcia y percusionista de triángulo. El público asistente lo componían, además del propio FFF, un guardia jurado, Genoveva Porro Marcial, madre de la bandurrista, y los gemelos Pedro y Pablo García García, primos segundos de Jorgina. Ésta, después de las presentaciones, se retiraba a dar paseos muy discretamente entre el, digamos, respetable.
Se dio comienzo al florilegio. Los versos y romanzas se sucedieron sin solución de continuidad ni consideración durante un tiempo en modo alguno prudencial. Los coloquios entre el respetable y los artistas tampoco tenían desperdicio en cuanto a extensión y contenido. El caso es que FFF no sacó nada en claro de todo aquel desconcierto de rimas consonantes en lo concerniente a su propósito inicial de imbuirse en aires de sensibilidad romántica.
Ahora bien, lo que sí alteró el curso de las circunstancias, o el destino del Universo entero para nuestro héroe, fue un suspiro de princesa escapado de la boca de fresa que notó en Jorgina según pasaba a su lado (aunque prosista, FFF era muy fan de Rubén Darío). No era de extrañar tan espontáneo suspiro, previo al vigésimo séptimo soneto recitado con acompañamiento de bandurria contralto. A partir de ese momento no dejó de estar atento a los actos y expresiones de la mujer de sus desvelos, en la que sólo constató zozobra y desaliento.
Éste es el momento de realizar otra aclaración, que explicará tan melancólica actitud: al cabo de un cierto tiempo de iniciar sus actividades de fomento poético-artístico, empezaron a crecer dudas sobre el atino y el crédito de tanto fanático del verso; y cuando leyó por casualidad un pasaje de Baroja, don Pío, en el que descerrajaba con su habitual irreverencia que «componer versos lo mismo puede ser indicio de inteligencia o habilidad, pero no revela poseer gran talento», cayeron de sus ojos como unas escamas, y recobró la vista.
Es por ello que un cruce de miradas ordenó ideas y emociones de poesía azul y prosa negra. En un mísero receso que se permitieron los artífices de la palabra, él se las apañó para acercarse a ella a solas.
—¿Qué hace una flor como tú en esta reunión de gaznápiros?
—¡Cómo te atreves! —quiso indignarse ella.
—Insisto —la intensidad en su ademán rindió toda resistencia en el ánimo de Jorgina.
Confesó que se había quedado atrapada en esa maraña poética; compromisos, quedar bien, no dejar en la estacada a incipientes vates o amigas de literario interés... No supo cortar a tiempo y no veía la forma de salir.
—Ya veo—dijo él—. Prisionera de las tramposas musas. ¿Qué es lo que te gustaría hacer realmente?
—Bailar... Volar...
—Así que eres de las que bailan.
—¡Qué! Siempre quise ser bailarina, y aún lo hago bien.
—Quiero decir que hay dos clases de seres en la galaxia: los que bailan y los que no.
—Ah. ¿Y tú de qué clase eres?
Él no respondió; era fácil adivinarlo. En su lugar, repreguntó:
—¿Y por qué no te dedicas a bailar, si es tu verdadero sueño?
Esta vez fue ella quien calló y bajó la vista. Nadie le hacía preguntas de ese calado. Nunca se has habían hecho. Ni ella misma. Por eso tampoco hacía falta responder. El rubor ardiente y la insólita candidez de ese silencio terminaron de prender el espíritu de FFF.
—Ven —dijo, al tiempo que la tomaba de la mano.
—Pero... —se resistió ella sin mucho afán y algún remordimiento.
—No te preocupes, se las apañarán a golpe de sonetos. O morirán de inanición, da lo mismo. Vamos —retomó su mano y se encaminaron hacia la salida.
Nada más salir, él le arrancó un beso in promptu de los que ella no podía siquiera concebir. La pobre. Recuperado el aliento, la condujo hasta su vehículo, abrió caballerosamente la puerta del copiloto y después se puso al volante.
—¿Adónde pretendes ir? —preguntó Jorgina por mera curiosidad y creciente fascinación.
—Adonde puedas bailar mientras escribo.
—Bien. ¿Y eso cae por... ?
—No sé, pero lejos de aquí, seguramente.
—¿Y sin equipaje?
—Sin equipaje.
—Oye, ¿me estás secuestrando?
—No, te estoy raptando.
Lo que sucedió después con los amantes en ciernes entró a formar parte de una de las urbanas leyendas literarias a las que tan aficionados son los lectores poco exigentes. Surgieron rumores sobre actos vandálicos, escándalos públicos y hasta interrogatorios de la Guardia Civil, pero no hay nada concluyente al respecto. Unos dicen que son patrañas inventadas por sectores ultraconservadores para prevenir a las jóvenes sobre los peligros del neotremendismo; otros, que sólo son exageraciones; y otros, que hay hasta pruebas gráficas de todo ello.
Pero dejemos que otras plumas se extiendan sobre culpas o tristezas. Nosotros nos quedamos con el grato recuerdo del rapto y el desencadenamiento.

Post scriptum, a modo de final feliz: César recibió, antes de finalizar la semana, un curioso relato sobre un rapto a la escocesa que fue aplaudido por crítica y público.


(Relato publicado en el suplemento cultural Territorios de El Correo, el 20 de julio de 2019)
Ilustración: Mikel Casal.

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